4 febrero 2025

No hay nada más fundamental para la condición humana que la necesidad de seguridad. Hace trescientos cincuenta a?os, en medio de la guerra civil inglesa, Thomas Hobbes recordó a sus conciudadanos que sin seguridad la vida no sería más que una “guerra de todos contra todos”, en la que la vida sería “desagradable, brutal y corta”. Para demasiadas personas del mundo, la inseguridad es la norma, no la excepción. Es causada por la pobreza profunda, las enfermedades físicas y mentales, la agitación social, la marginación económica, los conflictos físicos violentos, ya sean personales o políticos, los desastres naturales, el cambio climático y otros factores.

En muchas partes del mundo vivimos en un período de profunda inseguridad. Si bien la economía mundial sigue creciendo, sigue dejando a muchas personas atrás o, peor aún, las deja botadas entre las olas de cambio tecnológico. Mientras miles de millones de personas se benefician de la revolución digital, miles de millones quedan excluidos de su impacto. La violencia familiar deja a millones de mujeres y ni?os vulnerables a quedarse sin hogar cada a?o. La violencia étnica y la agresión nacionalista conducen a conflictos y guerras que desplazan a millones de personas, tanto dentro de sus países como fuera de ellos.

Lamentablemente, las estimaciones del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados y de la Organización Internacional para las Migraciones muestran que el número de desplazados ha aumentado drásticamente en los últimos a?os y asciende . Pero incluso esa cifra subestima el número más amplio de personas que no tienen hogar, que carecen de un alojamiento adecuado o que viven sin sentir que pertenecen. Esto afecta sobre todo a las mujeres y los ni?os, porque la discriminación y la violencia se dirigen más a ellos que a los hombres y porque las normas sociales a menudo les niegan voz e influencia.

Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y la formación de las Naciones Unidas, ha habido un esfuerzo más fuerte y coordinado, a nivel nacional y más ampliamente, para dar un nombre a esta realidad y crear políticas destinadas a abordarla. El fuerte impulso en muchos países para proporcionar mayor protección social, estándares mínimos de trabajo, pensiones, vivienda y atención médica, así como mejor educación y capacitación, ha marcado una diferencia para miles de millones de personas. La crisis de refugiados y desplazados producida por los conflictos mundiales de los decenios de 1930 y 1940, así como el impacto de la Gran Depresión, generaron esfuerzos internacionales para establecer los derechos de los refugiados y desplazados hasta el punto de que, en el decenio de 1960, se hablaba mucho de que estas cuestiones se habían “resuelto”. Sin embargo, los acontecimientos más recientes han producido la mayor crisis desde 1945.

La movilidad es parte integral de la existencia humana. La gente se ha estado desplazando durante miles de a?os, desde los orígenes de los neandertales y el Homo sapiens. La creación de grandes comunidades agrícolas proporcionó estabilidad, pero también dio lugar a guerras y batallas entre reinos, imperios y civilizaciones. El comercio y la exploración hicieron que la gente fuera consciente de las oportunidades que consolidaron la migración como un hecho permanente de la vida, tanto a nivel interno en los Estados nacionales en crecimiento como fuera de ellos. Ahora contamos con un y un que son un esfuerzo por proporcionar un marco para un enfoque integral, una cooperación mundial fortalecida y una mejor comprensión de cómo gestionar lo que es una realidad global compleja.

Existe una diferencia entre elegir mudarse y verse obligado a huir. Esa diferencia es esencial para aprender a lidiar con la actual ola de inseguridad mundial. También es importante distinguir entre las diversas razones por las que las personas se ven desarraigadas repentinamente, aunque se puede argumentar con convicción que ahora dedicamos demasiado tiempo a discutir sobre la diferencia entre quienes están clasificados como refugiados según la y quienes se desplazan por otras razones.

Por ejemplo, los agricultores obligados a abandonar sus tierras debido a sequías más prolongadas, o los isle?os que ya no pueden sobrevivir al aumento del nivel del mar, son desplazados por las condiciones climáticas cambiantes y no encajan perfectamente en las definiciones tradicionales de refugiados, que se han limitado a aquellos que huyen de la persecución.

Históricamente, los habitantes de las Tierras Altas de Escocia que se enfrentaron a cercamientos de tierras que los privaron del acceso a los bienes comunes y que se hicieron a la mar o se mudaron a las ciudades podrían haber sido descritos como “desplazados forzosos”. Sus descendientes urbanos que experimentaron pobreza y falta de oportunidades se sumarían a la Gran Migración hacia una América del Norte que necesitaba y deseaba desesperadamente inmigrantes. Las decisiones que tomaron fueron creadas por un contexto más amplio que podría no llegar a obligarlos a huir, pero estos temas deben analizarse a escala y en conjunto, en lugar de quedar empantanadas en compartimentos estancos.

Ahora resulta evidente que los marcos normativos y jurídicos del pasado ya no son suficientes para responder a la crisis actual. El Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas, del que soy Presidente este a?o, puede desempe?ar un papel útil al alentar un debate más profundo entre los Estados Miembros y con los organismos nacionales e internacionales para abordar todas las dimensiones de la situación actual. Lo hacemos en un momento difícil. El aumento del nacionalismo populista, la explosión de las redes sociales y las voces más indignadas a nivel local hacen que los Gobiernos nacionales se muestren reticentes a colaborar a nivel internacional. Los presupuestos están sometidos a presiones a todos los niveles. La oferta de dinero, recursos y voluntad política está disminuyendo, al mismo tiempo que aumenta el nivel de inseguridad humana y las necesidades humanitarias y de desarrollo.

Personas se desplazan hacia la ciudad de Goma debido a las hostilidades en curso en el territorio de Masisi. Lac Vert, Goma, República Democrática del Congo, 7 de febrero de 2024. Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA)/Francis Mweze

Es un error pensar que estos problemas se limitan a una región o a un nivel de ingresos especifico. Los recientes incendios en Los ?ngeles (California) revelan que la protección contra catástrofes graves puede ser inadecuada incluso en las comunidades más ricas; la falta de vivienda es una condición crónica tanto en países ricos como pobres, y la marginación económica existe en regiones prósperas. Todos los continentes se ven afectados. Hay muy pocos lugares donde la gente pueda mirarse al espejo y decir con confianza “esto no puede pasar aquí”. Está pasando en todas partes y los problemas se están volviendo cada vez más graves.

También es evidente que existen ejemplos de algunos éxitos reales en la lucha contra la perturbación del desplazamiento cuando se concede a los desplazados autonomía y voz; cuando se les permite trabajar; cuando se les proporciona educación y formación; cuando se hacen esfuerzos encaminados a la integración; cuando no hay luchas territoriales entre los proveedores de asistencia; cuando hay más oportunidades de desarrollo disponibles en las comunidades locales; y cuando se forjan vínculos nuevos y más fuertes entre los países donantes, las comunidades de acogida y las propias personas desplazadas. Todo esto está ocurriendo en todo el mundo.

Vivimos en un mundo de grandes desafíos y dificultades, pero no por ello deja de haber esperanza. El Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas puede contribuir a un debate público en constante evolución destacando tanto la profundidad del problema del desplazamiento global como la necesidad de adoptar nuevos enfoques firmemente basados en el derecho internacional y las mejores prácticas en todo el mundo.

 

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